Patricia, de 22 años, cuenta que tiene tres vidas. Hasta los seis años vivió con sus padres biológicos, que perdieron su custodia. De allí pasó a una residencia de menores, donde cumplió los nueve años. Y a esa edad, cuando estaba a punto de terminar tercero de Primaria, fue acogida por Elvira y Miguel, los padres de su compañero de pupitre.
Aunque, en realidad, Patricia podría sumar una cuarta vida: la que empezó el pasado marzo cuando, ya cumplida de sobra la mayoría de edad, rompió con su familia de origen y cambió sus apellidos después de que sus padres la adoptaran legalmente. "Durante un par de semanas me costó hacerme a la idea, pero en cuanto vas al médico y te llaman así unas cuantas veces, te acostumbras rápido".
Patricia habla con madurez de un proceso largo, pero que no resulta extraño para muchos niños en España, aunque muchas veces ni nos percatemos. Según los últimos datos del Observatorio de la Infancia (2017), 36.531 menores están bajo la protección de las administraciones. De ellos, 19.004 viven en hogares: el 67,1% con su familia extensa (abuelos, tíos...) y el 32,9% con una familia ajena: personas que ofrecen su casa para que estos niños puedan crecer y desarrollarse fuera de los muros de los centros de menores.
Sin embargo, los 17.527 menores restantes no tienen tanta suerte y viven internados en centros de menores. Vuelva a leer la cifra: más de 17.000 menores pasan las primeras etapas de sus vidas sin el calor y las rutinas de una casa. Ante esta crisis social, surge una solución a veces desconocida en el sistema de protección de la infancia: el acogimiento. Esta figura a veces se confunde con la adopción, aunque son medidas completamente diferentes. "La adopción extingue definitivamente la relación con la familia biológica", explica Antonio Ferrandis, responsable de este área en la Comunidad de Madrid. "La acogida es una medida de complementación que va reduciendo las cifras de la adopción, que es la decisión más drástica que puede tomarse".
Ferrandis señala que la "burbuja" que a principios de este siglo convirtió a nuestro país en el primero del mundo en adopciones internacionales (segundo después de EEUU, si se consideran cifras absolutas) se desinfló "porque murió de éxito". Países como China o Rusia, cuyas economías crecieron durante este periodo, reaccionaron ante la avalancha de peticiones del extranjero y se volcaron en la adopción doméstica.
"Nunca volverá a haber cifras como las de 2004 o 2005, cuando en España recibimos cada año más de 5.000 niños. Actualmente, estamos como el resto de Europa, en torno al 10-20% de aquellas cifras", prosigue Ferrandis. "Ahora cada vez son adopciones más especiales, niños mayores, con enfermedades o con discapacidades. El perfil de padre adoptivo que se considera es distinto, porque se tiene que poner a disposición del niño que le proponen. El menor tendrá necesidades desconocidas que requerirán mayor paciencia".
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