El presente artículo1 lleva por título La criminología como ciencia social. Pasado, presente y futuro y, ateniéndonos al orden que establece este rótulo, parece oportuno empezar por el pasado –que no por el principio– pues, como reflexión, la criminología se remonta al inicio de la humanidad, de manera que el primer homínido capaz de pensar sobre una agresión, un asesinato o cualquier otro quebrantamiento del orden personal o grupal que bien cometió, padeció o presenció fue también el primer criminólogo ya que eso es la criminología: la búsqueda de sentido, el anhelo de explicación, a aquellos comportamientos considerados divergentes con el orden social.
Como vemos, el pasado de la disciplina se remonta a la noche de los tiempos, recuerda SERRANO GÓMEZ en su Historia de la criminología en España que ya en las pinturas rupestres aparecen escenas violentas contra personas2, desconocemos si la intención última del autor fue religiosa, educativa o criminalística pero, sin duda, indica una reflexión colectiva ya en esa época sobre tales acontecimientos.
Desde esos tiempos arcanos y oscuros, la humanidad viene aportando luz sobre el delito y su significado. Mas, si como reflexión moral, religiosa, filosófica o política los orígenes de la criminología son remotos, como ciencia –en ello coincide la doctrina3– podemos señalar sus inicios en el cercano S. XIX. Tres reconocidas figuras, fundadoras en 1880 de la Escuela de Criminología (Scuola Positiva), se proyectan ya sobre la mente de todos nosotros: LOMBROSO (1835-1909), GARÓFALO (1851-1934) y FERRI (1856-1929), también recordamos las frentes huidizas, las orejas en forma de asa o el exceso de bello característicos de los criminales natos. ¿Serán los delincuentes seres especiales?, esa era la pregunta del momento y aún nos la hacemos cuando vemos en las estaciones fotografías de los terroristas más buscados. La idea lombrosiana de características intrínsecas del comportamiento sigue en alguna medida, aunque muy matizada, vigente en las teorías de la personalidad, la genética del comportamiento o la racionalidad individual (acción racional).
Estos padres fundadores de la criminología moderna definen algunos de los actores sobre los que trabajar: el delincuente, el delito y el entorno, y afirman el estudio metódico del hecho delictivo aún vigente, cuestionado, como veremos, pero ineludible.
LOMBROSO4, aunque exagerase el impacto biológico y presentara al delincuente como un ser atávico y patológico con sus delincuentes natos y sus locos morales, le otorga la condición de individuo real, concreto e histórico5, alguien que, en definitiva, puede también ser víctima de sus circunstancias y no sólo reo de su voluntad o libre albedrío (tal y como lo presentaba la Escuela Clásica).
De su lado, FERRI6 aporta una visión nítidamente social al fenómeno criminal. A su juicio, LOMBROSO concedía demasiada carga explicativa a los factores antropológicos y antropométricos, en detrimento de los aspectos sociológicos y psicológicos. Desde las páginas de su Sociología criminal (1884, 1905) destaca el origen social de la delincuencia.
En 1885 GAROFALO acuña el nombre de la nueva ciencia con el título de su libro: La criminología. Estudio sobre la naturaleza del crimen y teoría de la penalidad. Para el jurista italiano, la focalización de los análisis de sus dos compañeros de escuela en la figura del delincuente olvida el estudio del delito7 que, para GAROFALO, debe analizarse como un hecho positivo y criminológico y no aceptarse sólo como definición jurídica. Tratado como tal, el delito natural (cuya base es el quebrantamiento de los sentimientos morales altruistas innatos de la especie humana y de toda sociedad, si bien las manifestaciones de estos impulsos son producto de la historia) es la definición positiva que de ese hecho aporta el investigador naturalista tras una investigación científica. Observamos en este discurso una estrategia de empoderamiento de la naciente ciencia criminológica, no solo la definición de delincuente sino la propia la noción de delito han de venir desde la criminología.
El POSITIVISMO significa el estudio sistemático de los fenómenos observables y experimentables, y todo lo que no sea empíricamente verificable no es hecho positivo sino opinión o conjetura y carecerá de valor científico. Así, el delincuente y el delito como entidades reales son susceptibles de un análisis positivo, se pueden observar y medir, atajar en sus causas y minimizar en sus consecuencias; en definitiva, conocer sus reglas. Para el positivismo originario la causa principal del delito es el delincuente: ¿quién es? ¿Cómo se crea? ¿Qué características tiene? ¿Por qué existe? Serán las cuestiones fundamentales de esa primera criminología positivista y las respuestas han de procurarse desde los mismos principios epistemológicos y metodológicos que rigen en las ciencias físicas, matemáticas y biológicas.
La gran virtud de la ESCUELA DE CHICAGO (años 10 y 20 del s. XX) fue la inclusión del discurso del desviado en la explicación de la desviación y el delito, su sociología es cualitativa, añade la subjetividad propia de la epistemología de WEBER y SIMMEL, analiza los discursos y comprende la desviación como estrategia adaptativa al entorno, contribuyendo al desmantelamiento de la idea de delincuencia como patología, producto del estudio del desviado como objeto de laboratorio o como cifra estadística. Contribuye a su definición como hecho/sujeto normal, cuya normalidad no es sólo estadística en sentido durkheimiano, sino que constituye una “respuesta esperable dadas las circunstancias”. La desviación es una estrategia aprendida (construida-no innata) de afrontamiento de la realidad. El delincuente es una persona como los demás no se trata de ninguna variedad antropológica, de ninguna anomalía, de ninguna patología.
El paradigma positivista entiende la delincuencia como producto de las estructuras sociales y culturales, la corriente funcionalista (hegemónica desde finales de los 30 hasta los 60) pondrá el acento en la cultura: el delito como resultado de la pérdida de unos determinados valores o de la influencia de “otros”; a su vez, la corriente crítica-radical insistirá en el papel de las estructuras económicas, siendo el delito un producto de la explotación del sistema capitalista. Todos consideran que es posible conocer las causas del delito, que dichas causas se encuentran en la sociedad y que si se cambian/mejoran las condiciones socioculturales también lo harán/disminuirán las tasas delictivas. Entre bienestar en sentido amplio y delito existe una relación causal inversa.
La reflexión mertoniana sobre estructura social y anomia (formulada en 1938 y ampliada en la década siguiente)8 es, a nuestro juicio, el intento mejor acabado de explicación de las relaciones observables entre las estructuras sociales y culturales y las conductas desviadas y delictivas. Servirá de sustento a las teorías subculturales de los años 50 –COHEN (1955)9 y CLOWARD y OHLIN (1960)10– y se proyecta desde entonces hasta las criminologías más recientes.
Los años 60 y primeros 70 están marcados por las teorías del ETIQUETAMIENTO/REACCIÓN SOCIAL (reconocidos representantes de esta corriente son BECKER11 y LEMERT12). El delincuente se erige en sujeto pleno, activo, que tiene algo que decir sobre sí mismo; pero, sobre todo, el foco se dirige hacia el control social. Existe una interacción entre desviado y sociedad, siendo ésta el sujeto fuerte en esa relación y el desviado, el débil. Es la audiencia social quien determina qué es o no tolerable y quien asigna etiquetas que tienen consecuencias reales; de hecho, de la triada delincuente-delito-reacción social, lo único verdaderamente consistente es la sociedad y su reacción. El delito y el delincuente son etiquetas, definiciones sociales construidas que los sujetos frágiles cumplen en el trascurso de la carrera delictiva.
Los planteamientos interaccionistas servirán a la criminología de izquierdas, más radical, para afirmar que es el Estado y su principal herramienta el Derecho Penal, quienes crean, por definición, el delito y el delincuente, siendo el primero una expresión del quehacer capitalista y el segundo una forma de resistencia y respuesta a la explotación inherente a dicho sistema; aunque esta respuesta, dirá uno de los más destacados representantes de esta corriente, Austin TURK13, esté condenada al fracaso, la incomprensión y el aislamiento, pues los delincuentes sobre los que el sistema concentra su acción estigmatizadora son jóvenes, inexpertos, pobres o pertenecientes a etnias minoritarias; es decir, sujetos frágiles.
Por aquellos años se inicia un periodo histórico que no se sabe aún muy bien cómo denominar, por lo que a menudo se utiliza el calificativo post: post-industrial (TOURAINE, 196914; BELL, 197315) en lo económico-social y post-moderna (LYOTARD, 1979)16 en lo cultural-identitario. Dicha etapa viene marcada por el paso de una economía de producción a otra de servicios y consumo; los medios de comunicación de masas se erigen en centros de poder, las grandes ideologías sociales, políticas y religiosas se desacralizan –tras la caída del muro de Berlín en 1989 llega a vaticinarse “el fin de la Historia” (FUKUYAMA, 1989)17 – y las TIC se convierten en el soporte comunicacional de la comunidad global, generando un nuevo tipo de sociedad: la sociedad red (CASTELLS, 1996)18. En lo personal, esta época se caracteriza por la individualización, que supone un repliegue de la persona sobre sí –en forma de autosuperación psicológica y cultivo del cuerpo y de la imagen– y sobre el momento –el presente como único tiempo19–.
La postmodernidad20 comporta el desencanto hacia los grandes discursos, que se tornan relativos. Ahora, como explica VATTIMO21, lo importante ya no son los hechos sino sus representaciones, especialmente las emitidas desde los medios de comunicación, la realidad se virtualiza. La epistemología tardomoderna derriba la posibilidad de una ciencia social de postulados universales; de su lado, el devenir histórico contraría las causalidades más básicas establecidas por el positivismo (de izquierda y de derecha), sólo parece caber un conocimiento concreto, circunscrito y contingente, esta convicción supone el cuestionamiento y casi abandono de los paradigmas tradicionales o, cuando menos, la adopción de posturas menos sólidas22.
Esta relativización de los grandes paradigmas epistemológicos, se expresa en nuestro caso en la denominada:crisis etiológica de la criminología23, que tiene su origen último en ese descreimiento generalizado propio de la modernidad tardía, al que se agregan una serie de situaciones concretas que ponen en cuestión los postulados anteriores24:
Se observan disminuciones de las tasas de criminalidad en épocas en que se incrementa la pobreza y el desempleo; asimismo, aumentan los delitos en etapas de bonanza económica.
Las clases medias y altas delinquen igual o más que los pobres.
Es más abundante el delito en las áreas acomodadas que en las pobres.
Entre la segunda posguerra mundial y los años 70 se instituyó lo que vino a denominarse primer mundo; la de los 50 y especialmente la de los 60 fueron décadas de desarrollo sostenido, en ese tiempo el paradigma positivista, especialmente el social demócrata, sostenía que las condiciones de precariedad social sólo podían producir conductas antisociales. Disminuyó el paro a mínimos históricos y se incrementaron el gasto social, la vivienda de protección oficial, la escolarización, etc.; sin embargo, en muchos de esos países desarrollados la delincuencia creció e incluso se disparó (Reino Unido, Estados Unidos)25. En España, la relativa bonanza de la segunda mitad de la década de los 80 (entrada en Europa, reducción de la deuda, incremento del PIB, Olimpiadas y Expo) se tradujo en una mayor criminalidad; sin embargo, durante la crisis de los primeros 90 (España entra en recesión en 1992) se observa un descenso de la criminalidad26. Es necesario apuntar que dicha contradicción no se observa en todos los países desarrollados, es el caso de Japón donde prosperidad y tasas delictivas han observado una relación inversa o en zonas menos desarrolladas como es el caso de América Latina, donde el aumento de la pobreza ha conllevado un incremento paralelo de la delincuencia27.
Era el último bastión, una vez quedó claro que la desviación no es una mera definición jurídica o política ni una patología y que el derecho y la psicología/psiquiatría eran explicaciones parciales, tampoco la delincuencia es un hecho sólo sociológico. A esta crisis causal se une el cuestionamiento de las respuestas institucionales tradicionales28:
Más policía (control formal) no significa necesariamente menos delito.
Más prisión y penas más severas (punición) tampoco disminuían el delito.
El reconocimiento de la complejidad del fenómeno delictivo impondrá la incorporación a la ciencia criminológica de nuevos y fundamentales elementos de análisis: la víctima (victimología), la mujer (criminología feminista) y el medio ambiente (delincuencia medioambiental). Desde finales de los 70 se conciben una serie de respuestas a esta crisis epistemológica, que constituyen los paradigmas actuales de la criminología:
La criminología situacional: hunde sus raíces en el empirismo neopositivista (neoempirismo) y el neoclasicismo. Concibe el estudio del delito como el afrontamiento pragmático de una situación (neopositivismo) a la que se debe responder desde acciones focalizadas: En este sentido, con sus especificidades, podemos establecer dos principios sustentadores de sus propuestas:
Abordar el delito no requiere abordar sus causas, pues mejorar las condiciones sociales generales no implica reducción de la mayoría de los delitos que afectan al ciudadano.
Entender al delincuente como un actor racional (neoclasicismo) que, dentro de sus posibilidades29, procurará evaluar las circunstancias y optimizar el rendimiento de sus actos.
En consonancia con estos postulados ofrecen una serie de respuestas, que se materializan en propuestas de acción muy concretas (desde candados en los automóviles a la restauración del paisaje urbano):
Las probabilidades de que se cometa una infracción están en función de la convergencia de tres factores: un sujeto dispuesto a transgredir la norma, un objetivo apropiado y ausencia de vigilancia adecuada. LAS ACTIVIDADES RUTINARIAS (COHEN y FELSON, 1979)30.
Para disminuir los delitos es necesario limitar en la medida de lo posible esas oportunidades, de hecho son los ciudadanos quienes más pueden hacer por su seguridad: protegiendo adecuadamente sus casas y adoptando, en general, conductas más cautelosas. LA PREVENCIÓN SITUACIONAL (CLARKE, 1980)31.
Dada la escasa efectividad inhibitoria de los controles formales debe favorecerse el control informal. Para lograr que el ciudadano “recupere la calle” es necesario que ésta constituya un entorno habitable: las buenas condiciones del mobiliario urbano favorecen la sensación de orden y propician el control informal. TEORÍA DE LAS VENTANAS ROTAS: (WILSON y KELLING, 1982)32.
El mejor control social es el que el individuo ha interiorizado, de manera que la conducta más gratificante es la que se ajusta a la norma. TEORÍAS DEL AUTOCONTROL (GOTTFREDSON y HIRSCHI, 1990)33
El realismo de izquierda: herederos de la corriente originada en los escritos de MARX y ENGELS, acuñan en los años 70 el término “criminología crítica”34 y se autodenominan en la actualidad “izquierda realista”35. Para estos autores (LEA y YOUNG, 1984; CURRIE, 1985, entre otros)36, la causas del delito siguen estando en la estructura social, pero concentran su atención en la desigualdad relativa; esto es, el delito no relaciona tanto con la pobreza o el desempleo cuanto con la ausencia de alternativas a una situación de privación relativa concreta, que puede darse en cualquier estrato social y en cualquier periodo económico (sea de bonanza o de crisis), en ese contexto, las personas recurren a medios individualistas para corregir tales condiciones. En este sentido, este nuevo paradigma criminológico, que se considera a sí heredero de las corrientes subculturales lo es más aún, a nuestro juicio, de los planteamientos mertonianos. La criminología cultural37, enfoque encuadrado en el realismo de izquierdas, concentra su atención en la estructura cultural y considera el delito y su control como constructos culturales, siendo el primero de abajo-arriba y expresión de resistencia frente al segundo (de arriba-abajo). En cualquier caso, el delito es un problema grave y complejo al que hay que hacer frente y que padecen sobre todo las clases menos protegidas, por lo que debe acometerse desde todos los elementos que en él convergen: AGRESORES, VÍCTIMAS, CONTROL FORMAL y CONTROL INFORMAL. Las interacciones entre estos elementos, que conforman el ‘cuadrado del delito’, son complejas y concurren muchas variables sociales, demográficas, espaciales y temporales. En la lucha contra el crimen es necesaria la colaboración de múltiples agentes y debe realizarse en distintos niveles: familiar, laboral, juvenil, policial (apuestan por modelos de policía comunitaria) desde una perspectiva democrática e igualitarista.
La criminología libertaria: para los autores de esta corriente surgida en los 70 (KITSUSE, J. & SPECTOR, M., 1973)38, el delito es resultado del ejercicio del poder por la Administración Pública y la explotación de los mercados sobre la estructura social. Radicalizan los postulados del etiquetamiento –la delincuencia es una etiqueta que se adhiere a comportamientos y personas no legitimados desde la ideología dominante– y se relacionan con el abolicionismo –según el cual la mayoría de las infracciones no deberían ser materia penal y las cárceles no deberían existir39–. Dentro de esta dinámica de definición institucional “corremos el riesgo de apresurarnos a definir problemas sociales como delitos”40, es necesario, entonces, preguntarse a qué estamos llamando delito, llegando a cuestionar incluso su propia existencia, pues, como definición, todo puede ser delito o nada, depende de dónde pongamos el listón.
El futuro teórico inmediato de la criminología
Si, como se ha ido exponiendo líneas arriba, el delito no es sólo un asunto político ni jurídico ni policial ni médico-psíquico, tampoco sociológico, entonces ¿qué es? La desviación y el delito requieren todos esos análisis y algo más, es aquí donde la criminología se justifica como ciencia en sí y no como disciplina auxiliar. Pero la criminología ha de tener en cuenta que para no sucumbir a la crisis más general de las ciencias sociales y humanas ha de estar muy pegada al terreno, (contemplar todos los actores, sus formas de relacionarse –sociedad– y sus valores –cultura–), realizarse todas las preguntas, ser consciente de sus limitaciones, desempeñarse en un mundo inestable y en continua trasformación global, tomando en consideración las consecuencias imprevistas de sus intervenciones, o sea, se requiere, y esta es nuestra propuesta, un modelo de criminología reflexiva41.
No se trata de otro paradigma sino de un prerrequisito epistemológico trasversal a todo paradigma. Como hemos visto, los ideales positivistas de progreso y evolución nos han conducido al desencanto, según los padres del pensamiento moderno los avances tecnológicos y científicos proporcionarían condiciones de vida donde no tendría cabida la penuria ni sentido el crimen. Lo que aprendemos en la modernidad tardía es que la historia no es única sino que hay muchas historias, no tiene un solo objetivo, muchas veces ni siquiera hay un objetivo. En fin, la realidad social es múltiple y compleja, en ella caben muchas interpretaciones, por lo que el conocimiento no añade certidumbre ni acrecienta el control, al contrario, cuanto más conocimiento inyectamos en el sistema más complejidad se produce, de ahí que las ciencias sociales se encuentren en el centro de la tardomodernidad. Esta es la gran paradoja que hemos de acometer y en ella no caben las soluciones simples.
Lejos de alcanzar los ideales ilustrados y positivistas nos encontramos en un momento histórico en el que nuestro desarrollo pone en cuestión nuestra supervivencia, la sociedad que hemos creado es la sociedad del riesgo42. El mundo social es muy complejo y dinámico, cuando reflexionamos o intervenimos lo modificamos, de manera que los análisis e intervenciones posteriores han de realizarse sobre ese entorno alterado y ya distinto, es por ello que aspectos tan complejos como el crimen no tengan una causación general ni explicación definitiva, tenerlo en cuenta es el objetivo último de una criminología reflexiva.
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